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Iglesia Ortodoxa Apostólica Antioquena de España
Nuestra Iglesia sigue la doctrina apostólica y fiel a la tradición no tiene ningún ánimo de lucro. La Comunidad Ortodoxa Antioquena de España sigue el testimonio de la Iglesia primitiva Apostólica: "Todos los creyentes vivían unidos y tenían las cosas en común..." (Hechos 2, 44). Nuestra comunidad se sufraga exclusivamente con las aportaciones y las donaciones de sus miembros y simpatizantes. Sus ministros se mantienen de su propio trabajo para no ser carga para nadie. Y los servicios de la Iglesia se dispensan gratuitamente como don de Dios.
«Buscáis a Jesús de Nazareth, el crucificado. Ha resucitado »
(Marcos 16.6)
« Id, pues, y haced discípulos de todas las gentes, bautizándoles en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. » (Mateo 28.19)
Manifiesto por la restauración
de la Iglesia Ortodoxa de las Galias.
Para anunciar la Buena Noticia del Cristo Resucitado, para enseñar y bautizar en el Nombre de la Santa Trinidad, para «perseverar en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hechos 2, 42), nos proponemos participar en la restauración de la Iglesia Ortodoxa Occidental y más específicamente de la Iglesia Ortodoxa de las Galias en sus instituciones, su espiritualidad y en sus usos en particular en sus usos litúrgicos, y en concreto en el uso del rito local, llamado «rito de las Galias», pues como le dice el Papa San Gregorio Magno: «Donde reina la unidad de la fe, unos usos litúrgicos distintos no pueden dañar la Iglesia. (1)
Actualmente, nuestra acción se localiza en la esfera lingüística francófona y nos situamos directamente en la continuidad de la obra emprendida por el Obispo Juan Kovalevsky y su hermano Máximo, obra aprobada por el Metropolita Sergio de Moscú en 1936, y bendecida y presidida por San Juan de san Francisco desde 1959 hasta su muerte, que nos reconocía como herederos espirituales. (2)
Nuestra filiación espiritual es la que recibimos de la tradición de los Santos de Provenza, de los mártires de las Galias, de nuestro Padre San Ireneo de Lyon, de los Padres del monacato galo: San Martín, San Juan Casiano y los Padres de Lérins: San Honorato, San Vicente, San Cesáreo… los santos Padres del Jura: San Román, San Lupicino… los misioneros irlandeses: San Columbano, San Galo…, los misioneros de Bélgica : San Amando, San Servando, San Lamberto…, sin olvidarnos del Padre de los monjes de Occidente, san Benito de Nursia y todos los demás…
Confesamos la fe primitiva de los Concilios Ecuménicos de Nicea, de Constantinopla (381) y de Éfeso (431). A través de esta confesión nos referimos espiritualmente a las Iglesias Ortodoxas llamadas «Orientales» rechazando cualquier acusación de «monofisismo», vinculado de manera indebida a nuestra confesión.
Recibimos apaciblemente todas las definiciones de los cuatro Concilios Ecuménicos ulteriores, considerando en particular que las formulaciones cristológicas de Calcedonia completan explícitamente la doctrina de la Iglesia indivisa.
Recibimos también los Concilios de Constantinopla de 1341 y 1351 que confirmaron la enseñanza de San Gregorio Palamas acerca de la luz divina y las energías increadas, así como toda la doctrina y la práctica del hesicasmo.
Puesto que aceptamos la justa teología de estos santos concilios ya nombrados, rechazamos todas las condenas injustas de personas (3) que han podido ser pronunciadas en el ardor de las pasiones humanas. Averiguamos que no existen diferencias fundamentales de fe entre las Iglesias ortodoxas a pesar del maldito malentendido del Concilio de Calcedonia. Para nosotros, la unidad de la Iglesia ortodoxa se define por la fe común y no por la jurisdicción, la institución. Así es que estamos, de hecho, en comunión con las Iglesias ortodoxas.
Como la de la Iglesia Indivisa, nuestra fe no es primero una adhesión intelectual a unas verdades en las que creer, sino la experiencia de los misterios que confiesa. En el centro de todo y ante todo hay Alguien: la Presencia activa del Cristo pascual, muerto y resucitado, que vivifica, dinamiza y da sentido hasta en el más nimio detalle de nuestra vida cotidiana. Es afirmar claramente la primacía de lo espiritual, la práctica concreta de un Camino de transformación y un enfoque cordial (cuerpo-alma-espíritu) de la realidad. Nos reconocemos totalmente en esta aserción potente del Padre Alejandro Schememann: «los primeros cristianos no tenían ningún programa, ninguna teoría, pero por donquiera que iban germinaba la semilla del Reino, la fe ardía, todo su ser era antorcha viva de alabanza por Cristo resucitado: era El y sólo El la única dicha de su vida, y la meta de la Iglesia no era nada más que hacer presente al mundo y en la historia la Alegría del Cristo resucitado, en él que todas las cosas tienen su principio y su fin. Sin la proclamación de aquella Alegría, el cristianismo es incomprensible!» (4) Queremos ser los testigos de esta realidad en el corazón de esta desesperanza humana en un mundo en búsqueda de Dios y esto, hasta el amor a los enemigos según el mandamiento de Cristo.
Ni por laxismo moral ni por espíritu relativista, ni por proselitismo, sino por obediencia a Cristo que dice: « Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino » (Mateo 15.32) (5) , acogemos en la comunión eucarística a todos los cristianos bautizados en Cristo en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
En cuanto al calendario litúrgico, seguimos el cómputo gregoriano, pues somos una Iglesia occidental que vive en medio de cristianos que, en su gran mayoría, siguen este calendario. (6) . Sin embargo, apoyamos las proposiciones del Coloquio de Alep de 1997 reunido bajo los auspicios del Consejo Ecuménico de las Iglesias y del Consejo de las Iglesias de Medio Oriente y un día llegará en que aceptemos el nuevo calendario decidido en común acuerdo por estas Iglesias.
A modo de conclusión, hacemos nuestra la declaración de Monseñor Kallistos Ware: «Ni un concilio oecuménico, ni el patriarcado de Constantinopla o el de Moscú, tampoco ninguna Iglesia-Madre puede crear una nueva Iglesia local. Lo más que pueden hacer es reconocer tal Iglesia. Pero el acto de creación debe cumplirse en su lugar, localmente. Las autoridades superiores pueden guiar, confirmar y proclamar, pero el trabajo creador sólo puede cumplirse a nivel local, a través de las células eucarísticas vivas que están llamadas a constituir de manera graduada el cuerpo de una nueva Iglesia local». (Sop 302, nov 2005, pronunciado en el Instituto de Teología San Sergio de París.)
Todavía es más cierto cuando no se trata aquí de la creación de una nueva Iglesia local sino de la restauración de una Iglesia antigua local, fiel al espíritu de la Iglesia indivisa, pobre, mística y ecuménica.
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